El ministro de Agricultura de Italia ha anunciado este mes que algunos vinos con denominación de origen podrán venderse en cajas de cartón a partir de ahora. Es cierto, el vino italiano se está volviendo verde, aunque a algunos entendidos el cielo se les esté viniendo encima. El vino en caja tiene sentido, tanto ambiental como económicamente. De hecho, sería inteligente que los bodegueros de Estados Unidos adoptaran la tendencia que lentamente va ganándose aceptación mundial. El cartón, ya sea como 'bag in box' o no, lleva ahí más de 30 años, aunque con calidad variable. Los australianos estuvieron entre los primeros que lo popularizaron. Y un frigorífico en el sur de Francia, especialmente en esta época del año, no está completo sin un 'tetrabrik' de rosado.
Aquí en EEUU, por el contrario, el vino comercializado en cajas ha encontrado problemas para desembarazarse de su imagen de producto barato y de poca categoría. Sin embargo, ahora que los productores de vino hablan de reducir su huella de carbono (esto es, la cantidad de dióxido de carbono emitida en el transporte del vino), venderlo en envases más ligeros alternativos al pesado cristal parece lo correcto.
Más del 90% de la producción estadounidense de vino tiene lugar en la Costa Oeste, pero, como la mayoría de los consumidores viven al este del Misisipí, una gran parte de las emisiones de dióxido de carbono asociadas al vino procede simplemente de llevarlo en camión desde el viñedo a las mesas de la Costa Este. Una botella normal de vino contiene 750 mililitros y genera unos 2,7 kilogramos de emisiones de dióxido de carbono cuando viaja de un viñedo de California a un comercio de Nueva York. Una caja de tres litros genera aproximadamente la mitad de emisiones por cada 750 mililitros. Si el 97% de los vinos que se elaboran para ser consumidos cada año se pasaran a las cajas de cartón, las emisiones de gases de efecto invernadero se reducirían en unos dos millones de toneladas, el equivalente a retirar de la circulación 400.000 coches.
Pero hay otra razón para vender el vino en cajas de cartón. Estados Unidos se convertirá pronto en el mayor mercado mundial de este producto. En los últimos años hemos adelantado a Italia, y ahora ya está a la vista Francia (en consumo total, no por persona; según este último criterio todavía estamos bastante atrás). Los estadounidenses bebemos más vino, y no lo hacemos ya sólo en ocasiones especiales como las fechas señaladas y las bodas, sino también los lunes por la noche acompañando a una pizza. Eso es mucho vino, y potencialmente una gran huella de carbono.
Aunque algunos sumilleres puedan mofarse del vino con tapón de plástico, las cajas de cartón son perfectas para los vinos de mesa que no necesitan envejecer, lo cual es tanto como decir para todos excepto un puñado de vinos selectos. Y, lo que es más, el vino en caja es mejor que el envasado en botellas de cristal a la hora de dar solución a ese sempiterno problema de no ser capaz de acabar una botella en una sola comida. Una vez abierta, la caja conserva el vino durante unas cuatro semanas, en comparación con el día o dos que lo conserva una botella. El vino en cajas de cartón puede tener poco encanto, pero mucha practicidad. Lo que nos lleva a una última razón para defenderlo: es mucho más económico. Disponer de una copa de vino asequible puede ser el mejor modo de mantener en funcionamiento nuestro mercado del vino, que lleva 15 años en alza. También contribuiría a evitar que el precio de la copa de vino se incrementara con la caída del dólar.
El principal obstáculo para reducir la huella de carbono del vino es la calidad habitualmente atroz que tiene el vino envasado en cajas. Pero eso tiene fácil arreglo: elevar la calidad. En los últimos años, el vino envasado en cajas que se vende en Estados Unidos ha mostrado ciertos signos de mejora. Un destacado productor de Borgoña ha comercializado su vino en un elegante tubo de cartón. Un buen garnacha de viñas viejas de los Pirineos se vende en caja. Un suculento malbec elaborado con uvas cultivadas orgánicamente en Argentina y no envejecido en roble se comercializa ahora en EEUU gracias a la caja de un litro de Tetrapak, un envase que también emplean tres californianos renegados que distribuyen una línea de vinos en paquetes de 250 mililitros (aproximadamente el tamaño de las cajas de zumo, pero sin pajita). Y, por supuesto, están las noticias que nos llegan de Italia.
Los productores de todo el mundo tienen que despachar vino mejor en cajas de cartón, y hacerlo atractivo. Acaso lo hagan si los consumidores empiezan a demandar que los vinos del día a día, que no necesitan envejecer en botella, se vendan en cajas. Y, si alguien lamenta el cambio, que se eche otro vaso de vino de una caja de cartón, asequible, bien conservado y con escasas emisiones de carbono, y se lo piense dos veces.
Aquí en EEUU, por el contrario, el vino comercializado en cajas ha encontrado problemas para desembarazarse de su imagen de producto barato y de poca categoría. Sin embargo, ahora que los productores de vino hablan de reducir su huella de carbono (esto es, la cantidad de dióxido de carbono emitida en el transporte del vino), venderlo en envases más ligeros alternativos al pesado cristal parece lo correcto.
Más del 90% de la producción estadounidense de vino tiene lugar en la Costa Oeste, pero, como la mayoría de los consumidores viven al este del Misisipí, una gran parte de las emisiones de dióxido de carbono asociadas al vino procede simplemente de llevarlo en camión desde el viñedo a las mesas de la Costa Este. Una botella normal de vino contiene 750 mililitros y genera unos 2,7 kilogramos de emisiones de dióxido de carbono cuando viaja de un viñedo de California a un comercio de Nueva York. Una caja de tres litros genera aproximadamente la mitad de emisiones por cada 750 mililitros. Si el 97% de los vinos que se elaboran para ser consumidos cada año se pasaran a las cajas de cartón, las emisiones de gases de efecto invernadero se reducirían en unos dos millones de toneladas, el equivalente a retirar de la circulación 400.000 coches.
Pero hay otra razón para vender el vino en cajas de cartón. Estados Unidos se convertirá pronto en el mayor mercado mundial de este producto. En los últimos años hemos adelantado a Italia, y ahora ya está a la vista Francia (en consumo total, no por persona; según este último criterio todavía estamos bastante atrás). Los estadounidenses bebemos más vino, y no lo hacemos ya sólo en ocasiones especiales como las fechas señaladas y las bodas, sino también los lunes por la noche acompañando a una pizza. Eso es mucho vino, y potencialmente una gran huella de carbono.
Aunque algunos sumilleres puedan mofarse del vino con tapón de plástico, las cajas de cartón son perfectas para los vinos de mesa que no necesitan envejecer, lo cual es tanto como decir para todos excepto un puñado de vinos selectos. Y, lo que es más, el vino en caja es mejor que el envasado en botellas de cristal a la hora de dar solución a ese sempiterno problema de no ser capaz de acabar una botella en una sola comida. Una vez abierta, la caja conserva el vino durante unas cuatro semanas, en comparación con el día o dos que lo conserva una botella. El vino en cajas de cartón puede tener poco encanto, pero mucha practicidad. Lo que nos lleva a una última razón para defenderlo: es mucho más económico. Disponer de una copa de vino asequible puede ser el mejor modo de mantener en funcionamiento nuestro mercado del vino, que lleva 15 años en alza. También contribuiría a evitar que el precio de la copa de vino se incrementara con la caída del dólar.
El principal obstáculo para reducir la huella de carbono del vino es la calidad habitualmente atroz que tiene el vino envasado en cajas. Pero eso tiene fácil arreglo: elevar la calidad. En los últimos años, el vino envasado en cajas que se vende en Estados Unidos ha mostrado ciertos signos de mejora. Un destacado productor de Borgoña ha comercializado su vino en un elegante tubo de cartón. Un buen garnacha de viñas viejas de los Pirineos se vende en caja. Un suculento malbec elaborado con uvas cultivadas orgánicamente en Argentina y no envejecido en roble se comercializa ahora en EEUU gracias a la caja de un litro de Tetrapak, un envase que también emplean tres californianos renegados que distribuyen una línea de vinos en paquetes de 250 mililitros (aproximadamente el tamaño de las cajas de zumo, pero sin pajita). Y, por supuesto, están las noticias que nos llegan de Italia.
Los productores de todo el mundo tienen que despachar vino mejor en cajas de cartón, y hacerlo atractivo. Acaso lo hagan si los consumidores empiezan a demandar que los vinos del día a día, que no necesitan envejecer en botella, se vendan en cajas. Y, si alguien lamenta el cambio, que se eche otro vaso de vino de una caja de cartón, asequible, bien conservado y con escasas emisiones de carbono, y se lo piense dos veces.
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